El Ser en nosotros es mucho más que la personalidad, que la máscara que hemos creado para definirnos y sentirnos seguros.
Y aunque esta careta sea capaz de tomar el mando de nuestra vida y hable en nombre del ser como si fuera su dueña, la realidad de nuestra alma sólo se desvela cuando nos despojamos de la ilusión de este falso disfraz.
La enfermedad no se debe principalmente a los desarreglos del carácter provocados por emociones intensas, sustancias, dependencias, soledad o angustia… sino a la nostalgia íntima y al dolor del alma cuando se siente separada de la fuente que le dio el ser.
La vía del Buda es el camino para librarse del sufrimiento, es la iluminación que acaba con todas las caretas y por tanto con todas las enfermedades.
Cuando nos identificamos con la personalidad superficial y la consideramos como nuestro ser profundo, abrimos la puerta a los diez mil males, confundimos la apariencia con la realidad, nuestro rostro maquillado con el brillo del dios/diosa que somos.
Tenemos que dejar de equipararnos e identificarnos con nuestra profesión, con nuestra edad, con nuestra religión o con nuestra cuenta bancaria. Lo único que vale es nuestro contacto interno con el ser, los momentos de silencio mental y de amor intenso que nos han llevado a descubrir nuestra naturaleza original.
La falta de amor, la ignorancia del ser crístico que descansa en lo más profundo del alma, la sustitución del hábito luminoso sin costuras por una serie de creencias y rutinas sociales, están en el origen de la enfermedad.
La lucha y el enfrentamiento continuo que forman parte del juego laboral y del ciudadano medio, la explotación del ser humano y la intoxicación del planeta, la falta de confianza, el miedo y la guerra permanente construyen la sombra personal que, al ser rechazada, toma el mando de los procesos corporales inconscientes y acaba pasando factura a nuestro cuerpo creando el dolor, la enfermedad y la muerte.
El cuerpo y el alma viven uno al margen del otro, y todo está planificado para que no se encuentren, así que la enfermedad crea el puente entre estas dos entidades cuando no tienen relación entre sí. La enfermedad ayuda a tomar conciencia de esta situación y por tanto colabora en el despertar del ser, que trae el fin del sufrimiento.
Hemos de dejar de poner nuestro poder interno en manos de los demás y de los condicionamientos externos. Toda terapia es un compartir del nivel de conciencia que ambos sujetos establecen en su relación.
No son tan importantes las técnicas como compartir el ser. Ante la enfermedad has de escuchar la voz de tu cuerpo, conectarte con tus mecanismos fisiológicos y con el cerebro del vientre para ver qué es lo que está sucediendo, hasta que llegues a comprender dónde se encuentra la causa de tus alteraciones, y finalmente puedas responder a la cuestión del verdadero sentido de tu vida.
Emilio Fiel.
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